La historia del Barbas es una de las más bonitas y humanas de la urbanización Rosa Luxemburgo. Él fue el primer vecino del barrio. Carlos nos relata que este perro callejero nunca fue capturado por la perrera, como otros que llegaron a la zona cuando estaba construyéndose la urbanización, porque desaparecía cada vez que venía el camión. Era un perro muy inteligente y supo adaptar su modo de vida al trato con los vecinos, en especial, con los niños. Era el perro de todos ellos y por las mañanas iba a despedirlos cuando se marchaban al colegio Portugal y, al volver, era el primero en darles la bienvenida.
Recibió un trato cuidadoso, se le vacunaba y desparasitaba, pero nunca quiso ser adoptado. Durante años durmió en la puerta de la casa de Carlos, o en su garaje cuando hacía mucho frío. Por las mañanas era el primero en acudir al abrir los comercios, le gustaba desayunar algún churro, y después siempre se iba a ladrar a la carnicería hasta que recibía como regalo las patas de las gallinas. También acompañaba a los vecinos en sus paseos por la casa de campo.
En cierta ocasión, un vecino, de los pocos, que no le tenía demasiado aprecio, le rompió una pata y los niños del barrio juntaron ocho mil pesetas para su operación.
Barbas, insigne, peludo y fiel habitante de la urbanización, murió de anciano arropado por parte de los vecinos que lo tenían como una institución.
En esta fotografía lo vemos junto Carlos y su hija Diana en el jardín de su casa.